LA VIDA A HOSTIAS



Luis, un autor de vuelta de todo que sostiene, cual Hamlet contemporáneo, en lugar de una calavera, una máscara protectora de boxeo, nos sumerge en las experiencias de una vida construida a base de sonrisas y hostias.

Una doctora frustrada y resentida por no haber alcanzado el éxito artístico inyecta un líquido mortal a la madre del autor, Mari Carmen, justo el día en que por fin iba a publicar su poemario.

El propio Luis, quien antes de ser autor de teatro fue un ejecutivo rígido y formal, recibe la visita de un extraño hombre que afirma ser su ángel de la guarda y que, de pronto, lo transportará a una infancia entre nubes de algodón.

La Trini, que vagabundeaba por el barrio con sus latas de comida para gatos imaginando una vida de ensueño para huir de la soledad y la locura.

El episodio adolescente en el que el autor, para hacer reflexionar a sus padres, que lo machacan con la obligación de escoger un camino en la vida, les informa de que su propósito es llegar al culmen de la homosexualidad, por lo que acabará llevándose un buen carro de hostias.

La metáfora con la que el autor nos presenta a dos hombres: Manolo, el sometido, y Ortega, el dominante; el autoritarismo y la fuerza del de arriba oprimiendo el cuello, literalmente, del débil y obediente.

Y, por último, la madre del autor cuando también era adolescente en aquella España en blanco y negro, junto a su compañera de clase, Asunción, ambas fans -en secreto- de los Beatles, que luchan entre sus irrefrenables ganas de ir al concierto del grupo británico en la Plaza de Toros de Las Ventas o pertenecer, como está mandado, a la Sección Femenina de La Falange Católica.